2ºBACH F Emma Gigorro Recio
1 de octubre de 1931
Como todos los días, me levanté a las 7 de la mañana. Me vestí, me arreglé y salí de la
casa de los señores con mi lista de tareas del día. Fuera hacía mucho frío y el sereno
regresaba a su casa después de la última ronda de su jornada. No había parado de llover
en toda la noche y aunque había escampado, la calle estaba llena de charcos. Me crucé
con otras “chicas” camino a la lechería. Esperando, notaba el frío hasta en los huesos,
aquel viejo chaquetón que debería haber acabado en la iglesia pero que la señora me
regaló, no protegía nada.
— Cada día estás más guapa, Caridad. ¡Ay si tú quisieras! — me dijo Paco, el lechero,
mientras me daba mi botella de leche.
Todas las mañanas me dice lo mismo y todas las mañanas me acuerdo de mi Antonio que
me espera en el pueblo. Solo nos vemos una vez al mes, cuando consigue reunir un par de
reales para coger el coche de línea y venir a verme. Paseamos por El Retiro comiendo
pipas y somos tan felices. Sonreí como siempre y salí camino de la panadería y el quiosco.
El señor, Don Alfredo, quiere siempre el periódico junto a su café cada mañana. Es diputado
en el Congreso, no sé de qué partido ni me importa. Siempre dice que la política no es cosa
de mujeres. Y su mujer, doña Clara, siempre le da la razón. Ella solo se encarga de la
casa… bueno, de mandarnos a Sandalia, la cocinera, y a mi. Sandalia es de un pueblo de
Zaragoza y más bruta que un arado, pero la quiero mucho, es como mi hermana mayor, lo
más parecido que tengo a una familia aquí. Cuando llegué a la casa ella ya estaba aquí. Yo
vine del pueblo con 14 años y tuve la “suerte” de entrar a servir en esta casa. Llevo
trabajando desde que me alcanza la memoria. Apenas sé escribir, leer y hacer cuatro
cuentas, lo que me han enseñado los hijos de los señores porque el colegio ni lo pise.
Llegué corriendo a la casa, justo a tiempo de darle la leche a Sandalia y levantar a los
señoritos de la cama.
— ¿Otra vez te ha tirado los tejos el lechero? — me preguntó entre risas Sandalia.
— Como siempre, que pesado. ¡Y qué asco, si podría ser su hija!
Después de dejar a los niños en el colegio me acerco a la tienda de retales a por unos
saldos que me había encargado la señora, porque mucho lujo y apariencia pero agarraos
como ellos solos, que me paso la tarde zurciendo remiendos.
A mi lado estaban dos señoras hablando.
— Pues a mí me parece mal, qué quieres que te diga. El único deber de la mujer siempre
ha sido y será, ser buena madre y fiel esposa, el hombre se encarga de lo demás.
— Pues no sé hija, para algo más valdremos, ¿no?
Dejo a las señoras con sus cosas y vuelvo a la casa, aún me queda planchar la ropa de los
señores y limpiar las habitaciones de los señoritos antes de que llegue la hora de la comida.
Después de retirar la mesa una vez que los señores han terminado de comer, Don Alfredo
salió hacia el Congreso, no parecía muy contento, se pasó toda la comida blasfemando
mientras que Doña Clara le pedía que se calmase y no paraba de repetir: “¡Ay Señor! ¡Ay
Señor!”.
Mientras la señora se echa la siesta, Sandalia y yo aprovechamos para comer, un cacito de
arroz blanco y una rodaja de mortadela. Es el único momento del día que tenemos para
nosotras junto con la cena. Pero de nuevo no da para mucho, porque tengo que volver a
salir corriendo para recoger a los señoritos del colegio. Carlitos, el mayor, viene con los
pantalones destrozados. No sé cómo me voy a apañar entre hacer la merienda, remendar
los pantalones de Carlitos y atender a la señora y sus amigas, que han venido a tomar el té,
le pediré a Sandalia que me ayude con la merienda.
Tenía a los niños en el baño cuando sonó el teléfono.
— Caridad, soy el señor, dile a la señora que no me espere para cenar, esto va para largo.
— De acuerdo señor, así se lo diré.
Ayudé a Sandalia a preparar la cena y la serví en el saloncito, la señora dijo que como el
señor no venía prefería comer ahí. Cuando acabaron de cenar, acosté a los niños y fuí a la
cocina para cenar con Sandalia, unas sopas de leche con pan duro. Estábamos riéndonos
del lechero cuando llegó el señor. Me acerqué para preguntar si le servía la cena, pero él
parecía estar de un humor de perros. Se sirvió una copa de cognac mientras daba vueltas
alrededor de la mesa hablando solo. La señora me dijo que el señor no tomaría nada y que
me retirara. Volví a la cocina con Sandalia y estando allí le escuchamos decir algo como
“¡Dos, solo había dos mujeres y ni entre ellas estaban de acuerdo! ¿¡Qué pasará cuando
sean 50!?”
2 de octubre de 1931
De nuevo hoy, como todos los días, me levanté a la misma hora, en la calle me crucé con el
sereno, volví a aguantar los chascarrillos del lechero y después de comprar el pan, recogí el
periódico en el quiosco. A veces intentaba leer “lo gordo”, los titulares creo que me dijo el
señor que se llamaban:
“POR 160 VOTOS CONTRA 121, LA CÁMARA ACORDÓ AYER QUE “LOS
CIUDADANOS DE UNO Y OTRO SEXO MAYORES DE VEINTITRES AÑOS TENDRÁN
LOS MISMOS DERECHOS ELECTORALES CON ARREGLO A LAS LEYES””
No lo he entendido muy bien, pero me da que hoy no va a ser un día más.
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