martes, 8 de marzo de 2022

CUENTOS HISTÓRICOS I

 2ºBACH F Emma Gigorro Recio

1 de octubre de 1931

Como todos los días, me levanté a las 7 de la mañana. Me vestí, me arreglé y salí de la

casa de los señores con mi lista de tareas del día. Fuera hacía mucho frío y el sereno

regresaba a su casa después de la última ronda de su jornada. No había parado de llover

en toda la noche y aunque había escampado, la calle estaba llena de charcos. Me crucé

con otras “chicas” camino a la lechería. Esperando, notaba el frío hasta en los huesos,

aquel viejo chaquetón que debería haber acabado en la iglesia pero que la señora me

regaló, no protegía nada.

— Cada día estás más guapa, Caridad. ¡Ay si tú quisieras! — me dijo Paco, el lechero,

mientras me daba mi botella de leche.

Todas las mañanas me dice lo mismo y todas las mañanas me acuerdo de mi Antonio que

me espera en el pueblo. Solo nos vemos una vez al mes, cuando consigue reunir un par de

reales para coger el coche de línea y venir a verme. Paseamos por El Retiro comiendo

pipas y somos tan felices. Sonreí como siempre y salí camino de la panadería y el quiosco.

El señor, Don Alfredo, quiere siempre el periódico junto a su café cada mañana. Es diputado

en el Congreso, no sé de qué partido ni me importa. Siempre dice que la política no es cosa

de mujeres. Y su mujer, doña Clara, siempre le da la razón. Ella solo se encarga de la

casa… bueno, de mandarnos a Sandalia, la cocinera, y a mi. Sandalia es de un pueblo de

Zaragoza y más bruta que un arado, pero la quiero mucho, es como mi hermana mayor, lo

más parecido que tengo a una familia aquí. Cuando llegué a la casa ella ya estaba aquí. Yo

vine del pueblo con 14 años y tuve la “suerte” de entrar a servir en esta casa. Llevo

trabajando desde que me alcanza la memoria. Apenas sé escribir, leer y hacer cuatro

cuentas, lo que me han enseñado los hijos de los señores porque el colegio ni lo pise.

Llegué corriendo a la casa, justo a tiempo de darle la leche a Sandalia y levantar a los

señoritos de la cama.

— ¿Otra vez te ha tirado los tejos el lechero? — me preguntó entre risas Sandalia.

— Como siempre, que pesado. ¡Y qué asco, si podría ser su hija!

Después de dejar a los niños en el colegio me acerco a la tienda de retales a por unos

saldos que me había encargado la señora, porque mucho lujo y apariencia pero agarraos

como ellos solos, que me paso la tarde zurciendo remiendos.

A mi lado estaban dos señoras hablando.

— Pues a mí me parece mal, qué quieres que te diga. El único deber de la mujer siempre

ha sido y será, ser buena madre y fiel esposa, el hombre se encarga de lo demás.

— Pues no sé hija, para algo más valdremos, ¿no?

Dejo a las señoras con sus cosas y vuelvo a la casa, aún me queda planchar la ropa de los

señores y limpiar las habitaciones de los señoritos antes de que llegue la hora de la comida.

Después de retirar la mesa una vez que los señores han terminado de comer, Don Alfredo

salió hacia el Congreso, no parecía muy contento, se pasó toda la comida blasfemando

mientras que Doña Clara le pedía que se calmase y no paraba de repetir: “¡Ay Señor! ¡Ay

Señor!”.

Mientras la señora se echa la siesta, Sandalia y yo aprovechamos para comer, un cacito de

arroz blanco y una rodaja de mortadela. Es el único momento del día que tenemos para

nosotras junto con la cena. Pero de nuevo no da para mucho, porque tengo que volver a

salir corriendo para recoger a los señoritos del colegio. Carlitos, el mayor, viene con los

pantalones destrozados. No sé cómo me voy a apañar entre hacer la merienda, remendar

los pantalones de Carlitos y atender a la señora y sus amigas, que han venido a tomar el té,

le pediré a Sandalia que me ayude con la merienda.

Tenía a los niños en el baño cuando sonó el teléfono.

— Caridad, soy el señor, dile a la señora que no me espere para cenar, esto va para largo.

— De acuerdo señor, así se lo diré.

Ayudé a Sandalia a preparar la cena y la serví en el saloncito, la señora dijo que como el

señor no venía prefería comer ahí. Cuando acabaron de cenar, acosté a los niños y fuí a la

cocina para cenar con Sandalia, unas sopas de leche con pan duro. Estábamos riéndonos

del lechero cuando llegó el señor. Me acerqué para preguntar si le servía la cena, pero él

parecía estar de un humor de perros. Se sirvió una copa de cognac mientras daba vueltas

alrededor de la mesa hablando solo. La señora me dijo que el señor no tomaría nada y que

me retirara. Volví a la cocina con Sandalia y estando allí le escuchamos decir algo como

“¡Dos, solo había dos mujeres y ni entre ellas estaban de acuerdo! ¿¡Qué pasará cuando

sean 50!?”



2 de octubre de 1931

De nuevo hoy, como todos los días, me levanté a la misma hora, en la calle me crucé con el

sereno, volví a aguantar los chascarrillos del lechero y después de comprar el pan, recogí el

periódico en el quiosco. A veces intentaba leer “lo gordo”, los titulares creo que me dijo el

señor que se llamaban:

“POR 160 VOTOS CONTRA 121, LA CÁMARA ACORDÓ AYER QUE “LOS

CIUDADANOS DE UNO Y OTRO SEXO MAYORES DE VEINTITRES AÑOS TENDRÁN

LOS MISMOS DERECHOS ELECTORALES CON ARREGLO A LAS LEYES””

No lo he entendido muy bien, pero me da que hoy no va a ser un día más.

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